La belleza de los quitones


Sandra Janisse Kuilan Torres

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Una caravana de cobitos pasa frente a la gran roca donde viven los quitones. Los miran a lontananza. Es difícil precisar si comen, duermen o hasta si están vivos. Se ven cómodos, eso sí. Pero esa comodidad pronto se verá interrumpida.

- ¿Nunca han intentado comunicarse con ellos?- preguntó el más pequeño de los cobitos.

- ¿Para qué? Desde hace muchos años, los quitones decidieron mantenerse aislados. A ellos nada les preocupa – contestó el cobito líder y le pidió que continuara la marcha.

Por fin la caravana llegó a su destino: el Ojo del Buey, en Dorado, un punto de la costa donde abundan los caracoles. Cada cierto tiempo, los cobitos se reúnen allí para intercambiar caracoles. El trueque entre los cobitos era motivo de celebración. Pero en esa ocasión, sucedió algo muy extraño. El pequeño cobito se quedó sin caracol. Ninguno de los disponibles le quedaba y tuvo que regresar desnudo y solito.

- Ahora, me veo más feo que un quitón-, dijo enojado el pequeño cobito.

Los quitones, alcanzaron a escucharlo. Uno de ellos se lanzó al agua para llamar su atención. El cobito se acercó con temor. Subió a la gran roca, pero no notó nada extraño. Ya se disponía a bajar cuando uno de los quitones le habló: “nunca debes sentir vergüenza de tu físico”.

El pequeño crustáceo los miró asombrado y les recordó, que a ellos también los consideraban feos. En ese momento, los quitones lo rodearon. El cobito sintió miedo.

- ¿Por qué nos temes? No te hemos causado ningún daño– expresó un quitón.

- Lo siento. Pero ustedes no lucen muy bonitos con esas placas duras y arqueadas,- le contestó el cobito.

El más grande de los quitones, que había permanecido alejado del resto, se acercó y le dijo: “Nuestra especie surgió en la época conocida como el Cámbrico, hace 570 millones de años. Sobrevivimos a todos los cambios del planeta y hemos aprendido mucho. Nuestra verdadera belleza, es el conocimiento que hemos acumulado”.

El pequeño cobito conversó con los quitones todo el día. Ellos le enseñaron dónde podía encontrar un caracol apropiado y muchas cosas más. Pero lo más importante, aprendió a no juzgar a nadie por su apariencia.

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