Graciela Lecube Chavez
© 2015
Al ver a mi hermanito Robi soltar
la mano de mami en el Mall donde fuimos
con intención de comprar un gavetero
que se exhibía en venta especial, le dije:
– Hoy el tesorito tiene la energía a todo dar.
Si se dejara amarrar...
– Mariucha, no hables así del pobrecito.
A los 5, lo único que le interesa es jugar.
– A su edad yo no me portaba así.
– A los 5 tú eras una niña juiciosa...
un angelito y lo sigues siendo.
De pronto oyeron ruidos, gritos y vieron
clientes salir asustados del negocio.
Los silbatos de la policía del Mall
y las voces de mando aumentaron
en intensidad. Mariucha y su mamá
se tomaron de la mano, apoyándose
en un ventanal, preocupadas por Robi.
“¿Dónde estará metido este pillo?”
Madre e hija pronto descubrirían
que Robi era el responsable de aquel
alboroto y que yacía tirado en el suelo,
cubierto de gavetas y tablillas.
Robi había sufrido lesiones cuando
se cayó desde lo alto de uno de los muebles,
al cual se había trepado. El Gerente del negocio
trataba de calmarlo, mientras preguntaba
a los curiosos: “¿Dónde está la madre
de esta criatura?” Un médico voluntario
le atendía las heridas que sangraban
de sus brazos, piernas y cabeza.
Robi, al ver a su mamá y su hermana,
lloró con más ganas esperando ser perdonado
sin reproches. “Estos granujitas
pueden dar cada susto”, dijo una mujer
entre el grupo de curiosos. Las cosas
se calmaron después de un rato; Robi
lamia un helado que una empleada
jovencita le fue a buscar al piso de abajo;
Mariucha y su mamá eran todo sonrisas
mientras inspeccionaban un mueble
de la exhibición que el Gerente les vendió
por la mitad del precio que se ofrecía.
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