Graciela Lecube Chavez
© 2015
Nacieron en la miseria
como otros chicos salvadoreños antes de ellos.
¿Qué talentos traían
debajo de sus harapos?
¿cómo los descubrirían, si empezando a gatear
se perdían entre los malandrines de la vecindad?
Caras sucias, pelos sucios, cuerpos sucios
que sentían algo dentro, muy dentro
sin saber lo que querían. . .
¿o es que los venían a ayudar?
Eran la notas salvadoras que surgían de instrumentos pulsados
por otros chicos que un clérigo “musicalizado” intentaría resucitar.
Él, que poco sabía de música,
les enseñaría a tocar,
una orquesta formaría con ellos, los sacaría del barrio . . .
los llevaría a viajar.
Cuando los parroquianos del banco local ofrecieron sus ahorros,
convirtieron lo soñado en realidad
y así fue cómo la orquesta de retazos
salió a triunfar.
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