Graciela Lecube-Chavez
© 2012
A los hermanitos Peralta,
chiquitos así como son,
ningún vecino los aguanta.
Si juegan a la pelota,
aún sin un bate, parecen
dar en la mera aorta.
Encima de sus patines,
son dos terremotos
con caritas de querubines.
Comen sandía y arrojan
en la acera las semillas
para que alguien las recoja.
Por sus risas estridentes
y sus gritos de terror,
los llaman “inconcientes”.
Pero como sin sus diabluras
la vida sería muy aburrida,
les sonríen sin amarguras.
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