DE LA VIDA REAL



Graciela Lecube-Chavez

©   2012


A la hora de la siesta,
mientras todos dormían,
yo, como niña traviesa,
inventaba fechorías.

Al fin del patio de la casa,
casi tocando la pared,
había un horno de brasas
bien grande y redondo.

Por estar apagado
sin miedo a él me subía
y con esfuerzo desde el tope 
la calle de tierra veía.

De puro aburrida,
me puse a hacer pega-pega
mezclando harina con agua
en una latita allí tirada.

A esa hora, caliente y callada,
por la acera venía a paso lento
un hombre ya mayor, vistiendo
una camiseta rayada.

No sé por qué, cuando pasó
sobre su cabeza pelada vacié
el pega-pega agrumado
a ver qué pasaba.

Divertida, vi que la cabeza
se tocaba, mientras decía:
“¡Lo que faltaba... que un pájaro
atrevido en mí se descargara!”

Comentarios

CURRITO dijo…
JI-JI-JI QUE MUCHO REI

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