Graciela Lecube-Chavez
© 2011
© 2011
Mi amigo Luis me llamó por el celular:
“Beto, te espero para salir a jugar”.
Con la prisa de mis doce años cambié
los shorts puestos por pantalones largos,
le dije a papá adónde iba y con quién
estaría; él asintió y salí enseguida.
En vez de caminar, corriendo me fui
a la casa de Luis y minutos después
me detuve frente a su casa, en el Diez
Este de la calle American Plaza.
Luis tardó en salir y cuando al fin
lo hizo, vino comiendo un chorizo.
“¿Y para mí no hay?, le pregunté.
“Claro, es éste”, respondió divertido.
“¿El que estás comiendo?”
“Bueno... sí... ¿te molesta?”
“¿Qué te parece?, no te entiendo”.
“Tú te tomas las cosas en serio".
“Me tomo en serio lo serio...
por eso me regreso a casa”.
Y luego de pensarlo de nuevo,
“A lo dicho, hecho “, repuse.
Sin prisa, rumiando lo vivido,
aprobé el haberle demostrado
a mi amigo, que no hay edad
para actuar como es debido.
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