Las azucenas del bosque


(Leyenda guaraní del Paraguay)
Adaptado por Yanina Ibarra

(Copyright 2008) Todos los derechos reservados
leyenda publicada en Revista Iguana


Cuando el dios sol, Tupá, creó el mundo pensó que para hacer a los hombres necesitaría ayuda. Por eso llamó a la diosa del cielo, Iyara, y le pidió arcilla. Entre ambos imaginaron cómo hacer a ese nuevo ser. Querían que tuviera muchas virtudes: que fuera hermoso, valiente, bondadoso, etc. Luego de varios días de trabajo, modelaron dos hermanos. Uno de piel roja, a quien llamaron Pitá y otro de piel blanca, a quien llamaron Morotí.

Tupá e Iyara estaban muy satisfechos con su obra. Pitá y Morotí eran tal cual como los habían imaginado. Sin embargo, se sentían solos. Los dioses crearon a dos mujeres para que pudieran tener hijos. Ambas familias convivían pacíficamente en la selva, recogían frutos y disfrutaban de la naturaleza.

Un día, Pitá juntó unas rocas y comenzó a golpearlas. De repente, surgió una chispa, luego otra y, finalmente, una llama. El hombre de piel roja fue hasta donde vivían las familias y encendió un fogón. Esa misma tarde, Morotí fue atacado por un cerdo salvaje. De un modo inexplicable, el animal lo hirió. Morotí se defendió y lo mató. Cansado, decidió regresar a su comunidad y llevar la carne del animal. Cuando vio el fogón, se le ocurrió poner la carne a asar. Poco a poco, el aroma de la carne cocida convocó a todos a un festín y, desde ese día decidieron cazar animales para alimentarse.

Pero para cazar se necesitaban armas. Ellos nunca se habían enfrentado a los animales y acostumbrarse a la cacería no fue fácil. La carne asada era deliciosa y siempre terminaban peleando por comer el último trozo. Entonces, para evitarlo, Pitá y Morotí decidieron dividir el territorio y que cada familia cazara sus propios animales.

Pero los venados, patos y gallinas no entienden de límites. Cuando Pitá emprendía la cacería, terminaba invadiendo el territorio de Morotí; y cuando Morotí estaba tras un ave, tarde o temprano, ingresaba al territorio de Pitá.

Lo que había comenzado como un festín familiar alrededor de un fogón para asar manjares, terminó convirtiéndose en un enfrentamiento entre los dos hermanos. Las armas que habían sido creadas para cazar a sus presas y combatir el hambre, terminaron sirviendo para herirse mutuamente.

Al dios Tupá estaba disgustado con la pelea entres estos hermanos. Recordó los momentos en que junto con Iyara los habían creado para que fueran unidos y poblaran un mundo en el que reinara la paz y la armonía. Preocupado, llamó a la diosa del cielo y le contó el problema:

—Hemos creado a dos hermanos para que vivan en paz. En vez de pelear juntos contra su verdadero enemigo, el hambre, han decidió matarse entre ellos —dijo Tupá.
—Tupá ten paciencia —respondió Iyara.
—Los castigaré. Sé que les gusta el sol... Pues bien, haré que llueva tres días seguidos y haré que se ahoguen —rugió Tupá con voz de trueno.
—Dios sol —dijo dulcemente Iyara. —Los hombres no son malos, sólo necesitan aprender que la codicia y el enfrentamiento no los llevan sino a destruirse a sí mismos. Debemos darles otra oportunidad.

Tupá pensó en las palabras de Iyara y decidió seguir su consejo. Iba a darles una lección que verdaderamente sirviera de ejemplo. Hizo que lloviera por algunos días y, luego, Iyara descendió a la tierra, llamó a ambas comunidades y les dijo:

—Tupá está muy enojado. Pitá y Morotí, ustedes han sido creados para ser hermanos. ¡Hermanos! Es necesario que resuelvan sus problemas pacíficamente y vuelvan a convivir en armonía.

Los hombres escucharon las palabras de Iyara con desconfianza mientras Tupá observaba desde lo alto. Sabía que, aunque esas palabras eran hermosas, debía dejar una señal que hiciera recordar a los hombres que debían vivir en paz por siempre. Los hombres se acercaron y se miraron a los ojos:

—Esto no volverá a suceder —dijo Pitá.
—Viviremos en paz —agregó Morotí.

Entonces, cuando los hermanos dieron un paso y se abrazaron, Tupá intervino. Poco a poco ambos perdieron su forma humana y sus cuerpos se transformaron en un tronco del cual salían ramas. Las ramas poseían hojas con flores rojas, como la piel de Pitá, que al caerse se volvían blancas, como la piel de Morotí.

Es así como surgió la azucena del bosque, una flor creada por el dios sol Tupá para que los hombres recuerden que deben vivir por siempre unidos y en paz.

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