Leyenda de los volcanes

Xochiquetzal y su guerrero
Adaptado por Yanina Ibarra
Copyright © 2008 - Reservados todos los derechos
publicado en Revista Iguana


Xochiquetzal miraba triste el horizonte. Otro día terminaba y su amor no regresaba de la guerra. Mucho tiempo había pasado desde aquel día en que se había despedido de su apuesto guerrero azteca y le había jurado amor eterno.

Pasó el tiempo y un día un tlaxcalteca llegó a la aldea. El hombre inmediatamente se enamoró de la joven y le propuso casamiento. La joven lo rechazó y los celos se apoderaron del tlaxcalteca. El hombre decidió quitar del medio al único obstáculo que había en su camino. Una tarde fue al pueblo e hizo correr el rumor de que el guerrero había muerto en una batalla.

La tristeza se apoderó del corazón de la joven. Sus ojos perdieron ese hermoso brillo oscuro y sus cabellos dejaron de jugar con el viento. Los padres de Xochiquetzal estaban preocupados pues la tristeza de su hija parecía no tener fin. En el pueblo todos creyeron que el azteca había muerto luchando y el tlaxcalteca logró su objetivo. El forastero vistió sus mejores galas, se presentó ante los padres de la muchacha y les pidió su mano. Como ya no había motivos para impedir que se casaran, ellos aceptaron.

Los padres de Xochiquetzal y los aldeanos hicieron una gran fiesta para celebrar el casamiento. Todos bailaron y festejaron. Pero la pena se había adueñado de su corazón y ella no volvió a sonreír.

Pasaron los días y las noches, los veranos y los inviernos. Un día, cuando los pobladores menos lo imaginaban, los guerreros aztecas regresaron de la batalla. La guerra había dejado huellas profundas en sus corazones. Caminaban lento y sin levantar la mirada. Las mujeres estaban felices y corrían a abrazar a sus hombres, y los niños celebraban el regreso.

Xochiquetzal veía como todos festejaban cuando, de repente, su mirada se encontró con la de su apuesto y orgulloso guerrero azteca. ¡Estaba vivo! Él sonrió y sus ojos brillaron. Pero Xochiquetzal se puso pálida. El tlaxcalteca los había engañado a todos para casarse con ella. La joven corrió hacia su casa y mirando de frente al embustero, le dijo:

–¡Me has mentido! ¡Me has engañado para casarte conmigo!

El guerrero azteca había seguido a la muchacha hasta la casa y oyó la conversación. No podía creer lo sucedido. Xochiquetzal estaba como loca. Lloraba, gritaba, insultaba al tlaxcalteca y decía que amaría al azteca por siempre.

La joven desesperada huyó hacia el lago de Texcoco. El tlaxcalteca la siguió, pero el azteca lo detuvo y lo enfrentó. Aunque el duelo fue difícil, el guerrero derrotó a su oponente y luego salió en busca de su amada.

Cuando el guerrero la encontró ya era demasiado tarde. Xochiquetzal no pudo perdonarse por casarse con otro hombre y decidió morir. El azteca cubrió a su amada con un manto de flores blancas. Un zenzontle, el pájaro de los cuatrocientos trinos, se acercó y su canto acompañó el llanto desconsolado del azteca.

De repente, las nubes oscurecieron la luz y una terrible tempestad se apoderó del cielo y de la tierra. Los vientos rugieron como bestias furiosas durante toda la noche y todo se estremeció.

La calma llegó al amanecer. Los habitantes de la aldea no podían creerlo. Allí donde estaban Xochiquetzal y el guerrero azteca surgieron dos montañas nevadas. Una fue llamada Iztaccihuatl, que significa mujer dormida, y la otra Popocatepetl, que quiere decir montaña que humea. A lo lejos emergió el cerro Citlaltepetl. Se dice que este pertenece al alma del guerreo tlaxcalteca que celoso mira a los enamorados desde lejos.

Comentarios

Anónimo dijo…
de hecho esta muy grande pare q sea para niños