DULCE DE AMOR


Por Isabel Arraiza Arana

Autora Invitada 

© 2018


En casa de mi abuela hay un árbol de pomarrosas.  Es una fruta que parece a una pequeña pera, pero es rosada.  Desde chiquita la ayudo a recogerlas y lavarlas.

—Es raro ese nombre "pomarrosa".  Parece un nombre de flor, no de fruta— le dije un día a Abuela.

—También por su aroma recuerda a una flor.  ¡Es tan delicado y exquisito! —añadió Abuela.
 
Aunque había comido montones de pomarrosas, ese día la saboreé como nunca antes.  De pronto, se me ocurrió preguntarle a Abuela:

—¿A qué te sabe?

—¡Pues a pomarrosa! —contestó riéndose—. No sabe a ninguna otra fruta que haya probado.  Su sabor agridulce es único.

—A esto mismo deben saber los pétalos de rosa —le dije.

—“¡Dulce de amor!”—dijo abuela—.  Eso que acabas de decir me recordó un dulce muy sabroso que preparaba mi mamá cuando yo era pequeña.  Ven, vamos a ver si encontramos su receta.
 
Sí estaba.  Yo lavé las pomarrosas recién recogidas y Abuela puso agua con azúcar en una olla.  La batió hasta que se convirtió en una salsa espesa a la que llaman almíbar.  Echó en esa salsa las pomarrosas partidas en mitades y las dejó cocinarse por tres minutos en temperatura mediana.  Me pidió que fuera al rosal a cortar algunas de sus rosas rojas miniatura.  Le traje una docena y las lavé.  En el medio de una fuente formamos una montaña con las brillantes y azucaradas pomarrosas.  La rodeamos con el almíbar, y la adornamos con las rojas rositas flotantes.  

—Este es el postre más rico y más bello —le dije a Abuela—.  Recibes dulces y flores al mismo tiempo.



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