Graciela Lecube Chavez
© 2017
EL recreo terminó ... el timbre
para regresar a clase sonó
y sonó varias veces, pero fue como
nada, porque ninguno reaccionó.
La maestra, cansada de esperar,
se acomodó en su silla y se durmió;
cuando despertó toda la clase,
con mucho juicio, la miró.
-- Bueno, ¿quién me va a decir lo que pasó?
-- Yo—dijo Idris y junto a su pupitre se paró—
mis compañeros se enteraron por las redes
sociales que un tío solterón muy rico que vivió
solo en Londres, falleció y me dejó todos sus bienes...
-- Te hizo su heredero— la maestra exclamó.
Idris la cabeza bajó, llorando avergonzado.
La clase entera corrió a consolarlo, aunque
sin entender lo que le estaba pasando
porque menos entendió lo que estaba hablando:
-- Nunca se acordó de mi cumpleaños ni envió
una carta preguntando si necesitaba algo.
Como fui huérfano y unas primas ya mayores
me criaron a su modo en una granja
sin pretensiones, no tuve el afecto que necesitaba,
por eso la fortuna que me deja no me interesa.
La herencia me servirá de mucho pero nunca
será mejor que un abrazo a tiempo o una caricia
inesperada, porque sin amor lo demás es nada.
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