EL PODER DEL AMOR

Graciela Lecube-Chavez
©  2015


Hace casi diez años a mi mamá
una amiga le regaló una planta
con tanto amor, que cada día
crece más y se ve bien bonita.
-- ¡Chela, mira, mira las flores!
-- ¿Flores? ¿Dónde, mamita?
-- Las que crecen en la mata
de mi cuarto junto a la ventana.
-- Sí, qué lindas, pero no las vi.
-- Chela, ve rapidito, trae agua
que las dos le daremos de comer.
-- ¿No sería mejor darle sopa?
-- ¡Ay, niña! ¿Sopa a una planta?
-- Claro, tú siempre me dices
que la sopa es un gran alimento.
-- Sí, sí... ¡pero no! Mejor agua
por favor, mi querida Chelita--.
Corro a la cocina. Lleno de agua
una botella. Regreso y ¿qué veo?,
a mamá inclinada sobre las hojas
grandes, verdes, anchotas y dos
flores blancas bien prendiditas
de unos tallos largos muy finos,
como si les diera un gran abrazo.
Observo. No entiendo. Escucho.
En voz baja y con mucha ternura
a la planta en flor le está hablando...
Sin saber qué pensar, me pregunto:

--¿Será por eso que dura tanto?


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