por Graciela Lecube-Chavez
© 2013
John Fitzgerald Kennedy, el Presidente # 35
de los Estados Unidos, dijo en algún momento
de su vida “Perdona a todos tus enemigos,
pero no olvides sus nombres”. ¿Por qué lo dijo?
¿cómo un ser humano tan querido podía tener
enemigos? ¿enemigos tan enemigos como
para asesinarlo el 22 de noviembre, tan cerca
de la Navidad de medio siglo atrás?
¡Me cuesta recordar el silencio amortajado
que estremeció al mundo, apenas enterado!
Yo salía de un restaurante con un grupo
de amigas de la infancia allí reunido
para festejar el “cumple” de las mellizas Pulido.
Aunque reíamos felices de la vida, notamos
el aire estancado de la calle y cuando un chico
que pasaba en su bicicleta nos gritó enojado:
“Respeten a los muertos”, nos callamos.
Los extraños que andaban por las calles
-todos llorando – nos decían sin mirarnos:
“¡Mataron a Kennedy!” “¿Mataron a Kennedy?
¿qué Kennedy... cómo ...quién... cuándo?”
Horas después, conocimos las respuestas.
Era Kennedy, el Presidente carismático,
de visita en Dallas, Texas, sentado junto
a su esposa Jackie en la parte trasera
de un descapotable, sonriendo cara a cara
a la gente de júbilo congregada. Se apagaron
las sonrisas. Y medio siglo después, seguimos
recordando este evento histórico equivocado.
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