“LA HISTORIA DEL VIEJO PAYASO Y EL MISTERIOSO VISITANTE”


Una tarde se cerró el telón, las luces se apagaron, calló su voz el dueño de aquel descolorido traje de payaso. Lo abandonó sobre un sillón del camarín junto a los descascarados zapatones rojos.

Muy triste se quedó recordando la alegría que sentía su alma cuando actuaba para los niños, su público amado.
Sus esperanzas se desvanecieron, al ver que nada sucedía, tantos años de trabajo, de lucha.


Ya no tenía edad para ir de pueblo por pueblo buscando dónde actuar. Todos se preguntaban qué sucedía.
El teatro se cerró, las deudas eran muy grandes y muchas, el municipio no podía mantenerlo más.


La venta era segura y todos estaban esperando ese momento y llegó, alguien vino y colocó el cartel: EN VENTA.


Los pueblerinos no podían olvidar los instantes de sus vidas que habían pasado en el teatro.


El teatro pronto se vendería, aunque algunos agoreros decían que nadie querría invertir en aquel lugar tan desolado, apartado y desconocido.


Los días, los meses pasaron, los frascos de cremas, de maquillaje se estaban secando, solo y triste se encontraba el viejo payaso.


Pero un día pleno de sol, un ser desconocido y misterioso apareció en el pueblo, compró el teatro y pidió que todo el pueblo se reuniera en la plaza que él necesitaba hablarles, y les contó que la noche anterior había leído en un diario que llegó a sus manos que se vendía un teatro y que por gran cantidad de deudas habían tenido que cerrarlo, y se dijo: -Cómo yo teniendo tanto dinero no voy a ayudar a éstas personas para que sean felices. Además amo a los niños y al arte. Hoy a la mañana cuando desperté decidí dirigirme hacia aquí. Haremos los arreglos necesarios, lo que el edificio precise y pagaré todas las deudas que surjan de aquí en adelante y cuando mis negocios me lo permitan vendré a visitarlos. Todo comenzó otra vez, el pueblecito revivió, la esperanza se adueñó del lugar. Artistas callejeros arribaron aquel día en un colectivo y decidieron quedarse para ayudar y para actuar en el pueblo. Así comenzarían una nueva etapa en sus vidas. La tarea fue ardua, el teatro se abrió nuevamente, todo se iluminó.


El payaso con nuevo traje, cremas, maquillaje, zapatones, narices rojas. La función empezó un sábado a la tarde, se escuchaban voces de chiquillos por todas partes, música, etc. Afuera del teatro, en la boletería fue puesto el conocido cartel: “NO HAY MÁS LOCALIDADES”.



Leticia Teresa Pontoni
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