No hay mal que por bien no venga

Por Christianne Meneses Jacobs (Copyright 2008)
Todos los derechos reservados

Era una noche silenciosa, de esas que hasta dan miedo porque no se escucha ni un ruido. Muy contenta me senté en el sillón de la sala a disfrutar de mi programa de televisión favorito. Disfruté del programa los primeros quince minutos. De repente se escuchó un trueno y después empezó a llover a cántaros. El cielo negro se encendió de luces y el aguacero no paraba.

Mi mamá empezó a correr como loca desconectando todos los aparatos electrodomésticos. Ese era su ritual cada vez que llovía con relámpagos. Nuestro techo no tenía pararrayos, una antena que se pone arriba de las casas para proteger los aparatos eléctricos de los rayos y relámpagos.

Una vez más mi mamá me pidió que desconectara el televisor. —Ya voy. Solo un ratito mas —le contesté.
—Desconéctalo ya, sino te vas a quedar sin televisor —me decía mientras corría a la cocina a desconectar el refrigerador. —Si se funde no vuelvo a comprar otro televisor —sentenció.

Por fin lo apagué y lo desconecté de muy mala gana. A este aguacero con truenos y relámpagos se le ocurrió caer a la hora menos indicada. Me acosté en el sillón con una manta encima, pero me sentía inquieta por saber cómo iba a terminar el episodio de hoy. El programa era muy interesante y no me lo quería perder. Entonces hice algo que no debí haber hecho, desobedecer a mi mamá.

Me acerqué al televisor, lo conecté y lo encendí. Ya estaba a punto de terminar el episodio cuando cayó un trueno que se sintió por toda la casa. Parecía que una bomba había caído cerca de mí y el televisor se puso negro. Lo cambié a otros canales y nada. Lo desconecté y volví a conectar, y nada. No había remedio, el televisor se fundió y era mi culpa. Me puse a llorar amargamente y mi mamá se acercó a averiguar qué pasaba. Se dio cuenta de lo sucedido cuando vio el televisor conectado.

Mi mamá no dijo nada, pues yo misma me impuse el castigo. Ella cumplió su sentencia y nunca más vimos un televisor en casa. Mi hermano y yo crecimos sin televisor por casi diez años.

En ese momento que perdí el televisor, sentí que toda mi vida se había arruinado para siempre. Ya no iba a poder ver mis programas favoritos. ¡Qué aburrido! ¿Qué iba a hacer todo el día?

Menos mal que se nos ocurrieron otras cosas que hacer. Mi hermano yo nos íbamos al patio a jugar en el jardín con los animales que teníamos, montabábamos en bicicleta, sembramos plantas, buscábamos insectos, corríamos con los perros, les dábamos de comer a las gallinas y nos divertíamos leyendo e inventando cuentos. En realidad, tuvimos una niñez alegre y pura, gracias a que no mirábamos la televisión. Tuvimos muchas oportunidades de usar nuestra imaginación. Nos hubiéramos perdido de muchas experiencias lindas si hubiéramos tenido un televisor en nuestras vidas. Menos mal que mi mamá cumplió con su palabra y nunca nos compró otro televisor.

Deberías apagar la televisión y salir al patio a jugar. Verás que encontrarás muchas cosas con qué divertirte. ¡Inténtalo!

Comentarios

Mara Price dijo…
Es muy cierto que no se necesita la television tanto. Cuando niña los programas de television empezabana a las 5:00pm y solo veiamos tele un rato. toda la tarde haciamos lo mismo que tu.
Anónimo dijo…
Sí, yo tengo 44 años y de chica me divertía con tantas cosas, no sólo con la televisión y eso que hasta 1980 no tuvimos tele en colores en Argentina.
Leticia Pontoni.
Muy bonito relato y un mensaje muy positivo para los niños.