La Virgen que suda

La Virgen que suda
por Christianne Meneses Jacobs (Copyright)

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En una silenciosa noche llena de luz, nos enteramos de la noticia del día: unos creyentes anunciaron a la prensa de que la estatua de la Virgen María, que tenían en su altar, empezó a sudar por sí sola. ¡Un milagro! Todos en mi casa nos pegamos al televisor para escuchar todos los detalles del milagro. Se hizo tarde y me enviaron a la cama. A mi tierna edad de nueve años, no me explicaba cómo una estatua pudiera sudar. La única explicación era que fuera un milagro. Por fin me quede dormida de tanto pensar.

El noticiero seguía transmitiendo la noticia del milagro varios días después de que ocurrió. Realmente era algo insólito. Creyentes de todos los pueblos del país se dieron cita en la casa donde el milagro estaba ocurriendo. Miles de personas llegaban a arrodillarse ante la estatua y a verificar por sí mismos si en realidad sudaba.

Mi abuela, la mujer de más fe que he conocido en mi vida, decidió que iríamos a ver a la Virgen que suda. Mi mamá, mi abuela, mi hermano y yo nos subimos al auto y emprendimos el viaje a darle nuestros respetos a la Virgen. Mi abuela se aseguró de que todos lleváramos una bolita de algodón para recoger el sudor de la Virgen. ¡A mí me pareció asqueroso! Mi abuela me regañó y me dijo que era el sudor sagrado de la Virgen.

Llegamos al lugar indicado donde había música católica, niños jugando y vendedores ambulantes. Todos nos pusimos en fila para esperar nuestro turno. Finalmente, después de varias horas, llegamos ante la imagen de la Virgen que suda. ¡Era cierto! La Virgen María estaba sudando. Mi abuela cayó de rodillas y rezó una oración. Todos pusimos nuestras bolitas de algodón en la estatua para recoger su sudor. Todos estábamos convencidos de que era un milagro. Mi abuela nos pidió que guardáramos nuestra bolita de algodón en un lugar seguro. Ella decidió guardarla en su rebozo.

Nuestra vida regresó a la normalidad, aunque la Virgen seguía sudando. Una tarde, mi abuela decidió hacer buñuelos para todos sus nietos. Empezó a freír el aceite pero no se dio cuenta de que se calentó mucho y empezó a pringar. Unas cuantas pringas de aceite caliente le cayeron en su cara. El ardor era muy fuerte, pero nunca sacó una lágrima. Con mucha calma se sacó su algodón de la Virgen que suda y se lo puso en su cara, donde le ardía. Unos segundos después, el ardor había desaparecido. ¡Un milagro! Mi abuela dio las gracias a la Virgen, rezó una oración y siguió cocinando sus buñuelos. ¡Yo me quede boquiabierta! ¿Cómo puede ser posible?

Varias semanas después de lo ocurrido, los noticieros daban la noticia de que todo era una farsa. La Virgen María que suda no sudaba de verdad. No era un milagro. Los dueños de la estatua, que era de yeso, la pusieron en un congelador por varias semanas. Al sacarla y dejarla en un lugar cálido, el yeso empezó a producir el efecto de condensación. Me enojé de que nos mintieran de esa manera, y tiré mi bolita de algodón en el bote de basura. Mi abuela no dijo nada. Continuó guardando su bolita de algodón y teniendo fe en sus creencias. Lo que no me explico, es cómo fue que la bolita de algodón sanó rápidamente el ardor del aceite caliente que le cayó a mi abuela en su cara. La única explicación que encuentro es que su fe hizo el milagro. Ese día presencié un verdadero milagro. Y aprendí que en la vida hay que tener fe, no sólo religiosa, pero fe en las metas que nos proponemos.

Comentarios

Muy lindo mensaje. Me encantó