De Gatos y Caritas Windows

Illustrado por Mara Price

Mara Price (Copyright)
Todos los derechos reservados

Era medianoche cuando se apagaron las luces de toda la casa y grandes y chicos se fueron a dormir. “Mimosa”, la gatita de angora, se acurrucó perezosa sobre el mullido almohadón. ¡Por fin podría descansar! De pronto algo la sobresaltó haciendo que se pararan sus pequeñas orejas en señal de alerta. Fastidiada fijó sus verdes ojos sobre la mesa de la computadora, donde una lucecita se prendía y apagaba. Instantáneamente se escuchó una alegre risita.

¡Oh nooooo! ¡ya empezamos! – rezongó con un bufido de impaciencia mientras se enroscaba aún más apretando su cabeza contra el almohadón. Escuchó otras risitas juguetonas que se sumaban a la primera. ¡Sabía quienes eran! El pequeño ratoncito de la computadora y sus amigas, las Caritas Windows, que seguramente comenzarían a jugar como lo hacían todas las noches.
La pantalla de la computadora se encendió brillando en la oscuridad y desde un costado comenzaron a descolgarse las diferentes caritas entre risas y empujones, mientras el travieso mouse saltaba de impaciencia y alegría al ver a sus compañeras de juegos.

La gata enfurruñada movió la cola de un lado a otro en señal de enfado, queriendo espantar a los molestos que no la dejarían dormir, pero no tuvo suerte.
Mimosa se desesperó lanzando un maullido escalofriante en su afán de asustarlas, pero lo único que logró fue que desde la habitación de los mayores se escuchara un grito amenazándola con sacarla afuera y eso no, no señores, ella quería dormir cómoda en su mullido sillón.

Sabía lo que ocurriría, esas bulliciosas bailarían, reirían y jugarían toda la noche. Algunas eran verdaderos demonios; audaces querían escapar por los ventanales para jugar en el jardín, pero el controlador teclado las rescataba y ponía en su lugar con un gruñido, ya que temía que algún sapo las comiera al verlas tan gorditas y apetitosas.

Mimosa pensó seriamente en comérselas ella, pero solamente para que no molestaran más. Aunque a decir verdad, jamás podría hacerlo, ella era una gata educada, comía comida especial para gatos y tomaba leche descremada.

Era tanta la algarabía que la sufrida gata no entendía cómo los mayores de la casa no escuchaban nada. Los niños, cuando no se acostaban muy cansados y se dormían profundamente, solían escuchar y aparecían en la sala semidormidos y descalzos. Rápidamente se unían a los juegos, comenzando a reír y correr, tratando de atrapar alguna de las escurridizas y saltarinas caritas. Ahí sí que los padres despertaban. Enojados los llevaban de una oreja a la cama, pero sin percatarse de las extrañas presencias.

Cuando los pequeños querían contar durante el desayuno su aventura nocturna, la madre y el padre se reían de su imaginación y amenazaban con dejarlos sin postre una semana si no dejaban de levantarse a medianoche.


Está comprobado que los adultos son ciegos y sordos - pensó Mimosa mientras trataba de sacudirse de su nariz una carita sonriente que le guiñaba un ojo, mientras otra carita con pinta de diablito le hacía cosquillas en su felpuda barriga provocándole involuntarios ronroneos –solamente los animalitos y los niños vemos lo que verdaderamente ocurre a nuestro alrededor.

Resignada, abandonó su cómodo almohadón y se dispuso a jugar ella también, corriendo una carita con forma de corazón que saltaba invitadora entre los sillones.


Y colorín colorado, este cuento sin hadas y duendes se ha acabado.

por María Magdalena Gabetta(Copyright 2008)
Todos los derechos reservados
Argentina
Autora Invitada


Comentarios

Magda,

Muy ingenioso. Muchas gracias por colaborar con nosotros.

Un abrazo.